martes, 3 de agosto de 2010

Ensueño


Porque los sueños para ti son tan inalcanzables, como un marinero exhausto de remar en busca del faro que nunca encontrará.

La esperanza de poder lograr aquel anhelo etéreo es como la luz que buscas en las tinieblas, tinieblas que nunca permitirán el paso de los tenues rayos de albor que piden ser vistos por tus nublados y desorientados ojos.

Cada fallo en tus incesables intentos, que sólo recompensas con lágrimas inútiles, las cuales alimentan y sacian tu alma vacía. Lágrimas que escurren sin ningún esteticismo por tu rostro demacrado. Alma cansada de fracasar en la vida.

Pobre y desfallecida ánima. Eres un ser inexistente entre los demás, que busca encontrar su propia luz en la oscuridad de su solitario y discriminado corazón.

Y mientras sigues acabando con tus fuerzas, buscando aquél don inexistente que crees sigue oculto en lo más hondo de tus entrañas, la vida se te acaba lenta, lenta y parsimoniosamente.

Y los años te transcurren con indiferencia, mofándose en tu cara. Restregándote con sus viles y estrepitosas carcajadas la fugaz y estúpida meta que sigues intentando conseguir, aunque sepas en lo más profundo de tu ser que todo es en vano. Aquél sueño que desde niños todos poseen y que tú aún no vuelves realidad.

Ser alguien.

Ser alguien que brille en la monotonía. Alguien digno de ser admirado, que sea reconocido las personas. Alguien de utilidad.

La vida finalmente se te escapa de las manos, como un hilo rompiéndose por el inevitable desgaste. Has colapsado sin poder hacer nada para evitarlo. Has caído en el sueño profundo.

La gente que acude a tu fúnebre final, lleva consigo un sentimiento más lastimero que la propia tristeza de perder a un “ser querido”. Ocultan el poco interés que te tienen, con los típicos velos y sombreros oscuros.

Y las únicas palabras que pueden decir de ti, son las mismas premeditadas sílabas que el sacerdote en turno debe profesar a un cadáver. Sin ningún sentimiento en ellas. Con monotonía y fatiga. Hartos incluso de tener que tratar tu pobre y miserable muerte.

Y mueres en ese mar de tumbas polvorientas, tan sólo formando parte de la lista de los no vivos.

Y transcurren los años, y cada vez son menos las ocasiones en que recibes flores nuevas como recuerdo a tu ahora inexistente persona, quedándote sólo con las marchitas y secas rosas que siguen allí desde hace quien sabe cuántos meses…

Y es tu culpa, piensas. Por no haber logrado algo trascendente que todos pudieran recordar en sus cansinas y ocupadas mentes. Y no paras de reprocharte en tu tumba, siendo perseguido por los asuntos pendientes que nunca pudiste completar.

Aquel hermoso sueño que, sin darte cuenta, se convirtió en algo martirizante que no parará de seguirte hasta el final de tus días sin retorno.

Brillar…

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